quince pisos a pie y con bastón mientras se arregla el ascensor
“El primer día subí y bajé cinco veces”, dice un vecino mientras resopla después de haber subido quince pisos, que realmente son uno más porque el entresuelo vale por dos. Es la realidad a la que están condenados los cientos de personas que, de entre los cientos de miles de afectados, viven en un tipo de vivienda única en la contornada. Son los habitantes de Sociópolis, el único gran complejo de viviendas en gran altura. Y a los que la epidemia de ascensores estropeados han obligado a subir escaleras sin fin.
A lo largo de los días han tenido los mismos problemas que el resto de los afectados: «no teníamos agua para las cisternas y nos duchábamos con agua fría o calentando un perol en la vitro». Pero en su día a día tienen un problema añadido: subir andando, con la compra o los enseres, no cinco ni diez, sino quince y hasta veinte pisos. Los más jóvenes se lo toman con filosofía. Las personas mayores están en modo vía crucis.
Sociópolis ha sido golpeada duramente. Se cuentan varios fallecidos. Por sacar el coche. Y a ojos de no pocos, se les atribuye un aire distinguido que no hace plenamente justicia. “Somos viviendas de protección oficial”. Incluso alguno de los bloques será en el futuro para alquiler social. Ahora, pasado el desastre, están desolados. “No nos van a dar nada de indemnización. Parece que como vivimos en una finca somos estupendos. Pero no: no estamos bien. Aquí va a haber que poner mucho dinero para los arreglos y somos personas trabajadoras. Todos hemos perdido coches y motos. La ayuda esa de lo seis mil euros no nos la dan porque los pisos están bien. Y mientras, nos tenemos que pagar hasta el billete de autobús”, se queja Marta, una joven vecina que asume con estoicismo el stepping, pero no la falta de apoyo.
Cacharros inútiles hasta nadie sabe
Brigadas de bomberos trabajan en el Edificio Coluvamar. Al inundarse los sótanos, se llevó la instalación eléctrica. Y los cuadros de los ascensores quedaron convertidos ahora en cacharros inútiles. “Y conforme pasan los días, el lodo se hace más duro y va a ser más difícil arreglarlos”, asegura Marta, quien recuerda que otros se han ido, como Anna, madre de dos mellizos, que se marchó a Utiel “con Protección Civil. Perdió el coche y le conseguimos dos sillitas de bebé para poder irse”.
Los más afortunados apuntan a que “de los tres elevadores tenemos, uno lo podremos recuperar antes, porque la cabina estaba en una planta, pero los que estaban en la planta baja se echaron a perder”, comentan en una finca de la calle Ignacio Hernández Hervás.
Sociópolis recibió la tromba en plena cara. Fue, en el término municipal de València, los primeros en inundarse. A José María, un ex portuario jubilado que tiene que apoyarse con una muleta, casi le cuesta la vida y aún se estremece. “Bajé para intentar salvar mi coche. A la chica que salió delante mía se la llevó la corriente. El vehículo ha aparecido, pero ella no. Yo, de milagro y con mucha fortuna, no corrí la misma suerte“. Pero ahora su realidad es tener que subir quince plantas para cualquier cosa. Viene de la iglesia de La Torre de recoger raciones. Su mujer, Maribel, tiene las piernas operadas. Le espera abajo para iniciar la particular estación de penitencia.
Aislado a la fuerza en el piso 18
Aún los hay peor: Antonio lleva diez días en su décimo octava planta. “Soy doble amputado”. No se queja, pero su realidad es la del aislamiento. “Tengo un vecindario maravilloso, que vienen a verme. Y unas chicas me traen la comida preparada de la que reparten. Tengo arreglo. Me toca esperar y esperar”. Aún recuerda cuando, años atrás, “se pegó fuego en los cables. Vino un guardia civil y me cogió a cuestas. En el piso diez, le dije que parara. Que me bajara la silla y desde el décimo, clac, clac, por las escaleras”. El problema es que ahora no puede es subir. Les queda mucho tiempo cuesta arriba.
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